INICIO Y HÉCTOR CASTRO
- Jesús Villa
- 8 ago 2018
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 13 ago 2018
Soy Jesús Villarroel. Provengo de un país expuesto ante toda la geografía como “poco futbolero”, más bien “beisbolero”. Esa etiqueta nunca limitó mi pasión, (casi siempre obsesión) con el balompié. Me la paso observando sus historias, proezas e impacto cultural. En dado caso quien es responsable de convertir ideas potenciales en un acumulado innumerable de eternos “pre-proyectos” soy yo y mi flojera. Hoy me rodean otras paredes, otras calles, otro país; y aunque sigo siendo el mismo tipo, me juré en el camino acá que no exportaría más “eternos intentos".

Hecha esa no pedida confesión, entonces fútbol. Esta vez el gusto por abrir el cajón y desempolvar el libro de las hazañas me lleva hasta el año que nació mi abuela, 1930. Sabemos que ese año se disputó el primer Mundial en Uruguay. Además hay curiosidades interesantes: las potencias europeas decidieron no viajar al sur americano alegando los altos costos económicos y el viaje en barco de unos 30 días, o que las selecciones de Rumania y Estados Unidos estuvieron representadas por obreros de construcción. Pero hay un dato, mejor dicho un jugador, que me vence.
Héctor Castro
Nació a un suspiro de comenzado el Siglo XX, oriundo de Montevideo, como todo futbolista gritó sus primeros goles en la calle de su barriada. A los 20 años el histórico Club Nacional le abrió las puertas, gesto que recompensó con memorias de gloria en el engramado, y posteriormente como entrenador. Con la celeste puesta contó 18 dianas en 25 citas. Se colgó la medalla dorada en los JJ.OO. de Ámsterdam en 1928. ¿Por Copa América?, la levantó en dos oportunidades: la edición de 1926 en Santiago de Chile, y la disputada en Perú antes de su retiro.
Pero acompáñame de vuelta a 1930 y trasladémonos al estadio Centenario. En la final Castro se pone a espalda del marcador e impacta de cabeza un centro desde el punto de penal ¡GOL!, ¡Campeones del Mundo! Nuestro abanderado pone cifras definitivas al partido y el fútbol reconoce a sus primeros campeones, con Héctor entre sus héroes. De ahí en adelante se daría un punto de no retorno: el fútbol empezará a llenar las paredes de los bares, a ilusionar por igual a niños y viejos, a inventarse un nuevo mercado y adueñarse de los domingos de pueblos enteros. Nada sería igual.
Releo mis palabras y siento que escribí una escueta biografía sobre un gran futbolista de antaño: como esos que hoy vemos en TV o internet y nos asombran con su desempeño y títulos. Y ahora que lo pienso bien, tal vez así fue, porque qué debería importarme a mí o a quién sea, si al fútbol no le importó que desde niño a Héctor Castro le faltase la mitad de su brazo derecho.

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